EL SUEÑO DEL SEÑOR MADELEINE (マドレーヌ氏の夢)


¿Son ustedes favoritos de novelas? Yo soy un aficionado de las literaturas clásicas. Sobre todo, prefiero a las novelas grandiosas europeas del siglo XIX, y los cuentos populares y romanes japoneses en la era de Heian y la de Kamakura (800s – 1.300s DC).

Y recién empezé la lectura de los mitos y cuentos del tribu de Ainu quien radica por la zona norte del Japón, mayormente en la Isla de Hokkaido. Les recomiendo fuertemente estas literaturas de Ainu: es que son puras y sensibles centralizándose el tema en la conversación y interactión entre el Dios y los humanos. Aquí están omitidas las huellas históricas entre los humanos, por ejemplo, las memorias de larga historia de que estaba conquistado gradualmente por los Shamo (los japoneses actuales). Lamentablemente por hoy día todavía no existe la traducción castellana.

A propósito, aquí les presento un episodio muy interesante de la novela famosa de “Los miserables”, sobre el sueño del Señor Madeleine (que es nombre fingido de Jean Valjean), El episodio tendrá una metáfora al desarrollo de la historia de Jean, pero que es muy remota. Definitivamente sueño es de mitos. De tal sentido este sueño del Señor Madeleine sería aplicable al hecho actual cualquiera. Pero, ¿a qué? Yo tengo una imagen, pero, es mejor que no se la sugiera aquí.

De todas maneras escuchémoslo.

El episodio es extraído de la parte abajo: / 4º capítulo “formas que toma el sufrimiento durante el sueño” / libro 7º / 1ª parte “Fantine” / "Los Miserables" escrito por Victor Hugo (1862).


….
El señor Madeleine se durmió, y tuvo un sueño.
Este sueño, como la mayor parte los sueños, no se relacionaba con su situación, sino por algunas remotas conexiones funestas y dolorosas que le produjeron gran impresión. Aquella pesadilla le afectó tan vivamente que más tarde la escribió. Es uno de los papeles escritos por su mano que nos ha dejado. Nos creemos en el deber de transcribir aquí, textualmente, este relato.
En el sobre decía lo siguiente: “el sueño que tuve aquella noche”.


Estaba en el campo. Un gran campo triste, donde no había yerba.
No podía distinguir si era de noche o de día.
Me paseaba con mi hermano, el hermano de mis años de infancia, ese hermano del cual debo decir que apenas lo recuerdo y que casi nunca pienso en él.
Hablábamos y encontrábamos algunos pasantes. Hablábamos de una vecina que habíamos tenido y que, desde que vivía en un cuarto bajo, trabajaba con la ventana siempre abierta. Durante nuestra conversación, sentíamos el frío que producía aquella ventana abierta.
No había árboles en el campo.
Vimos a un hombre pasar cerca de nosotros. Era un hombre desnudo, de color ceniza, montado en un caballo de color tierra. El hombre no tenía cabellos; se le veía el cráneo y las venas del mismo. En la mano tenía varilla, flexible con un sarmiento y pesada como hierro. Pasó por nuestro lado y no nos dijo nada.
Mi hermano me dijo:
— Vamos por el camino hondo.
Había un camino hondo, en el cual no se veía ni un matorral, ni una brizna de musgo. Todo era de color de tierra, incluso el cielo. Al cabo de algunos pasos, nadie me respondió cuando hablé. Me di cuenta de que mi hermano ya no estaba conmigo.
Entré en un pueblo que vi. Supuse que debía ser Romainville (¿por qué Romainville?)
La primera calle por donde entré estaba desierta. Entré en una segunda calle. Detrás de la esquina que formaban las dos calles, había un hombre de pie, apoyado en la pared. Dije a aquel hombre:
— ¿Qué país es éste? ¿Dónde estoy?
El hombre no respondió. Vi la puerta de una casa abierta y entré.
La primera habitación estaba desierta. Entré en la segunda. Detrás de la puerta de aquella habitación, había un hombre de pie, apoyado en la pared. Le pregunté a aquel hombre:
— ¿De quién es esta casa? ¿Dónde estoy?
El hombre no respondió.
Anduve errante por el pueblo y me di cuenta de que era una ciudad. Todas las calles estaban desiertas. Ningún ser viviente pasaba por las calles, ni se movía en las casas, ni paseaba por los jardines. Pero detrás de cada esquina, de cada puerta, de cada árbol, había un hombre de pie y en silencio. No se veía más que uno a la vez, y todos me miraban al pasar.
Salí de la ciudad, y me puse a andar por los campos.
Al cabo de algunos minutos me volví y vi una gran multitud que venía detrás de mí. Reconocí a todos los que había visto en el pueblo. Tenían unas cabezas extrañas. Parecía que andaban muy despacio y, no obstante, marchaban más deprisa que yo. No hacían ruido alguno al andar. En un instante, me alcanzaron y me rodearon. Los rostros de aquellos hombres eran de color de tierra.
Entonces, el primero que había visto y al entrar en la ciudad, me dijo:
— ¿Adónde vais? ¿Es que no sabéis que estáis muerto desde ha ce mucho tiempo?
Abrí la boca para responder, y me di cuenta de que no había nadie a mi alrededor.


Él se despertó.
Estaba helado. Un viento que era frío, como el viento de la mañana, hacía girar en sus goznes las hojas de la ventana que había quedado abierta. El fuego se había apagado. La vela tocaba a su fin. Era aún noche negra.
Se levantó y se dirigió a la ventana. No se veían estrellas en el cielo.
….


(versión original de francés)

Il s’y endormit et fit un rêve.
Ce rêve, comme la plupart des rêves, ne se rapportait à la situation que par je ne sais quoi de funeste et de poignant, mais il lui fit impression. Ce cauchemar le frappa tellement que plus tard il l’a écrit. C’est un des papiers écrits de sa main qu’il a laissés. Nous croyons devoir transcrire ici cette chose textuellement.
Le voici. Sur l’enveloppe nous trouvons cette ligne écrite : Le rêve que j’ai eu cette nuit-là.

« J’étais dans une campagne. Une grande campagne triste où il n’y avait pas d’herbe. Il ne me semblait pas qu’il fît jour, ni qu’il fît nuit.
« Je me promenais avec mon frère, le frère de mes années d’enfance, ce frère auquel je dois dire que je ne pense jamais et dont je ne me souviens presque plus.
« Nous causions, et nous rencontrions des passants. Nous parlions d’une voisine que nous avions eue autrefois, et qui, depuis qu’elle demeurait sur la rue, travaillait la fenêtre toujours ouverte. Tout en causant, nous avions froid à cause de cette fenêtre ouverte.
« Il n’y avait pas d’arbres dans la campagne.
« Nous vîmes un homme qui passa près de nous. C’était un homme tout nu, couleur de cendre, monté sur un cheval couleur de terre. L’homme n’avait pas de cheveux ; on voyait son crâne et des veines sur son crâne. Il tenait à la main une baguette qui était souple comme un sarment de vigne et lourde comme du fer. Ce cavalier passa et ne nous dit rien.
« Mon frère me dit : Prenons par le chemin creux.
« Il y avait un chemin creux où l’on ne voyait pas une broussaille ni un brin de mousse. Tout était couleur de terre, même le ciel. Au bout de quelques pas, on ne me répondit plus quand je parlais. Je m’aperçus que mon frère n’était plus avec moi.
« J’entrai dans un village que je vis. Je songeai que ce devait être là Romainville (pourquoi Romainville ?).
« La première rue où j’entrai était déserte. J’entrai dans une seconde rue. Derrière l’angle que faisaient les deux rues, il y avait un homme debout contre le mur. Je dis à cet homme : Quel est ce pays ? où suis-je ? L’homme ne répondit pas. Je vis la porte d’une maison ouverte, j’y entrai.
« La première chambre était déserte. J’entrai dans la seconde. Derrière la porte de cette chambre, il y avait un homme debout contre le mur. Je demandai à cet homme : — À qui est cette maison ? où suis-je ? L’homme ne répondit pas.
« La maison avait un jardin. Je sortis de la maison et j’entrai dans le jardin. Le jardin était désert. Derrière le premier arbre, je trouvai un homme qui se tenait debout. Je dis à cet homme : Quel est ce jardin ? où suis-je ? L’homme ne répondit pas.
« J’errai dans le village, et je m’aperçus que c’était une ville. Toutes les rues étaient désertes, toutes les portes étaient ouvertes. Aucun être vivant ne passait dans les rues, ne marchait dans les chambres ou ne se promenait dans les jardins. Mais il y avait derrière chaque angle de mur, derrière chaque porte, derrière chaque arbre, un homme debout qui se taisait. On n’en voyait jamais qu’un à la fois. Ces hommes me regardaient passer.
« Je sortis de la ville et je me mis à marcher dans les champs.
« Au bout de quelque temps, je me retournai, et je vis une grande foule qui venait derrière moi. Je reconnus tous les hommes que j’avais vus dans la ville. Ils avaient des têtes étranges. Ils ne semblaient pas se hâter, et cependant ils marchaient plus vite que moi. Ils ne faisaient aucun bruit en marchant. En un instant, cette foule me rejoignit et m’entoura. Les visages de ces hommes étaient couleur de terre.
« Alors le premier que j’avais vu et questionné en entrant dans la ville me dit : — Où allez-vous ? Est-ce que vous ne savez pas que vous êtes mort depuis longtemps ?
« J’ouvris la bouche pour répondre, et je m’aperçus qu’il n’y avait personne autour de moi. »

Il se réveilla. Il était glacé. Un vent qui était froid comme le vent du matin faisait tourner dans leurs gonds les châssis de la croisée restée ouverte. Le feu s’était éteint. La bougie touchait à sa fin. Il était encore nuit noire.
Il se leva, il alla à la fenêtre. Il n’y avait toujours pas d’étoiles au ciel.


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